En 1878, un árbitro utilizó un silbato por primera vez. Los penales no se pusieron en práctica hasta 1891. En las escuelas privadas, donde se originó el fútbol moderno, se daba por hecho que un caballero nunca cometería una falta deliberadamente. Sin embargo, debido a la competitividad creciente, el lanzamiento penal, o "disparo de la muerte", como se llamó originalmente, fue uno de los drásticos cambios que experimentaron las Reglas del Juego en 1891. Pero, como es natural, los penales tenía que pitarlos alguien. Así, tras una propuesta de la Asociación Irlandesa, se autorizó la presencia del árbitro sobre el terreno de juego. Fiel a sus orígenes como deporte de caballeros, al principio los capitanes de los dos equipos solventaban cualquier disputa que se pudiera originar. Pero, a medida que crecía la importancia de lo que estaba en juego, también aumentaba la cantidad de quejas. En la época en la que se disputaron la primera Copa de Inglaterra y el primer encuentro internacional, ya había sobre el terreno de juego dos jueces, uno por contendiente, al que cada equipo podía reclamar. Pero ésta no era la mejor solución, dado que a veces, la toma de decisiones se demoraba durante largo rato, mientras el partido permanecía detenido. Al principio, el árbitro se colocaba en la línea de banda y cronometraba el tiempo, y sólo se le consultaba si los jueces no podían llegar a un acuerdo, pero todo cambió en 1891. A partir de esa fecha, el árbitro se convirtió en una figura permanente del juego: una única persona con el poder de expulsar jugadores, y señalar penales y lanzamientos de falta de manera inapelable. Los dos jueces se convirtieron en jueces de línea o "árbitros asistentes", como se los conoce hoy. Durante aquella reunión de la IFAB, que tuvo lugar en Escocia, también se incluyó en el reglamento la red de la portería, con lo que se completó la composición de la meta, tras la introducción el larguero en sustitución de la cinta 16 años antes.
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